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ARTICULOS: BANDOLEROS SANTIFICADOS

Publicado en revista Todo es Historia N° 340, Buenos Aires, noviembre 1995


BANDOLEROS SANTIFICADOS


Por Hugo Chumbita





El pobre roto Cubillos

En contraste con los próceres de la clase diri­gente de Men­doza, donde incluso entre los líderes del partido fede­ral preva­le­cie­ron jefes urbanos ilustrados, la de­vo­ción popu­lar ha rescatado allí a un "roto", el gau­cho de ori­gen chi­leno Juan Fran­cisco Cubi­llos. Comenta Draghi Lu­cero que su tumba en el cementerio municipal de la ciudad es la única que concita demostraciones im­pre­sio­nantes de la gen­te. En cambio, los prome­san­tes pasan al lado de "soberbios monu­mentos funera­rios, de gra­ni­to lus­trado, en cuyos fron­tis­pi­cios se leen los apellidos de las fami­lias capita­listas más rum­bosas y de presti­gio tradicional de la región" y murmu­ran que con lo gastado en ellos se podrían haber construido muchas casas para los pobres.
Unos versos anóni­mos, que se entregan a quienes visitan la tumba, parecen aludir a esta pa­ra­doja:


Yo soy el gaucho Cubillos,
trenza de santo y la­drón,
pues no soy mejor que naide
ni naide es mejor que yo.


No es poco significativo observar que las estrofas finales pa­ra­frasean el lema de la montonera "Naides más que naides", del mismo mo­do que lo hacen otras antiguas co­plas sobre el célebre Guayama. Según un trabajo de Ramón Morey, basado en docu­mentos de los archivos judi­ciales de la pro­vincia, había nacido en 1870 en la zona tras­andina de Curicó y tenía 18 años cuando empezó su mala vida. Era un tipo moreno, más bien alto y de buen as­pecto. En 1887 se hallaba en Tunuyán y encabezó cierta incur­sión de un grupo de mu­chachitos por San Luis, de donde vol­vió mon­tando el caballo robado a un comisa­rio. Arrestado en el cuar­tel de poli­cía, se es­capó y se alzó con otros caba­llos aje­nos, para refu­giarse en casa de un chileno en la zona de Mai­pú. Nueva­mente dete­nido, lo envia­ron procesa­do a la peni­ten­ciaría de la capital provincial. Se eva­dió, lo captura­ron otra vez y fue con­denado a un año de pri­sión. Aunque era anal­fabeto, parece que entonces aprendió al menos a fir­mar.
En setiembre de 1889, acu­sado por el robo a una tienda en Godoy Cruz, resistió a balazos a un agente que intentó dete­nerlo y huyó, pero fue apresa­do días des­pués. Llevaba casi un año en la cárcel cuando huyó, sin que esta vez pudieran seguirle el rastro. Parece que, bajo el nombre de Pedro Ortiz, trabajó como peón o agre­gado en una casa de campo de Borbo­llón. Cuentan que en esa época, sus amores clandestinos con la espo­sa de un pro­pieta­rio vecino acarrearon consecuencias penosas: aunque el joven ya se había marcha­do del lugar, al enterarse el marido amenazó a la mujer y le entregó un arma, con la que ella se pegó un tiro.
Capturado en enero de 1893, lo procesaron por su pre­sunta par­ticipación en algunos asal­tos en los distritos de Borbo­llón y Plumerillo, pero logró huir una vez más de la Penitenciaría. Durante un tiempo anduvo incluso por la ciu­dad de Mendo­za, bur­lando la persecución policial con la simpa­tía de la gente pobre y sin que nadie se atre­viera a denun­ciarlo. Pero en noviem­bre de 1894, en la zona de Las Heras, fue descu­bierto, perse­guido y fi­nal­mente rodeado por el comisario Vide­la y otros poli­cías. Parece que después de vaciar las armas de fuego, Cubillos y el comisario se desafiaron a pe­lear mano a mano y el gau­cho se defen­dió a cuchi­llo y boleadoras, pero al fin los cinco hombres lo redujeron aplicándole una tunda de talera­zos, tajos y golpes.
En abril de 1895 se fugó por cuarta y última vez de la Pe­ni­ten­ciaría, con otro preso y un centinela que los auxilió. Si­guió fre­cuentando los despachos de bebidas de la ciu­dad, tiroteándose oca­sionalmente con la policía, sin que pudieran e­charle mano. Pero en octubre de aquel año, al trascender que andaba por las minas de Paramillo, en Uspallata, donde disfru­taba de la amistad y la pro­tección de los peones, una comisión poli­cial fue enviada a traerlo "vivo o muerto". El cabo Juan Carrizo y el agente Quin­teros se infiltraron en el lugar ha­ciéndose pasar por mineros, y en la ma­drugada del día 26 lo sorprendieron en un rancho, ulti­mán­dolo de varios tiros y pu­ñaladas. Según el parte oficial el prófugo se resis­tió, aunque la ver­sión que corrió fue que lo mataron mien­tras dormía. Los obre­ros de las minas no permitieron que los policías se lleva­ran el cuerpo del gaucho y lo velaron en una impresionante demos­tración de afecto.
La gente acude desde entonces a su ­tumba en la localidad de Las Heras, vecina a la capital, espe­cialmente los lunes, "día de ánimas", para colo­car velas, ren­dirle homenaje y solicitar gra­ci­as. Al principio era una mo­desta cruz, con el re­trato que mues­tra su rostro barba­do. En la década de 1920, la comi­sión popular que se constituyó para reunir fon­dos había adquirido un lote, haciendo cons­truir una sepul­tura digna de su memo­ria. Hoy, entre la canti­dad de ofrentas y sím­bolos que la cubren, numerosí­simas placas de agra­decimiento tes­timonian la gratitud de los promesan­tes por sus milagros. Las láminas de su rostro, borroso pero inconfundible, suelen encontrarse en cual­quier rancho humilde de Mendo­za, pre­si­diendo los peque­ños altares do­mésticos en los que se mantie­nen ardiendo las candelas para invo­car su ampa­ro.

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