domingo

Gauchos Ayseninos




JON BURROUGH A TRAVÉS DE LA PATAGONIA



Jon Burrough acaba de atravesar la Patagonia chilena montado en un caballo, junto a un guía local y un par de pilcheros. El inglés de 66 años ­abogado y residente en Oxford­ se convirtió así en el primer extranjero que desanda los caminos patagónicos como acostumbran a hacer únicamente los gauchos. Pero lo suyo, en vez de saga deportiva, fue una empresa de carácter humano. En dos meses de cabalgata, Burrough encontró lo que buscaba: historias de hombres y mujeres que viven en las soledades del sur y que, para él, son los últimos pioneros del mundo. Jon Burrough aparece en Providencia con un maletín negro repleto de apuntes y una pequeña cámara digital colgando del hombro. Algo en su figura, alta y desgarbada, y en sus líquidos ojos azules podrían delatarlo como el inglés sesentón que es. Pero el anillo de oro que usa en el meñique de la mano izquierda - con el escudo de su familia sobre la leyenda Vive at vive, algo así como "Vive para vivir"- junto a un despliegue de modales que no acaba de relajar, son señas suficientes para identificarlo como un perfecto caballero inglés.Jon Burrough ya debe estar en Oxford, relatándoles sus historias a su mujer peruana y a sus tres hijos ingleses. Pero al momento de esta entrevista, el abogado experto en infancia venía llegando de una larga travesía por los "confines del mundo", donde halló a los hombres y mujeres que estaba buscando: aquellos de piel curtida que habitan la Patagonia chilena, y que para él tienen el mérito de ser los últimos pioneros vivos que van quedando en el mundo.En rigor, el propio Burrough fue uno más entre ellos, porque durante dos meses cabalgó desde Futaleufú hasta Villa O'Higgins, en las mismas condiciones en que viajan los gauchos: comió carne al desayuno y la cena, durmió bajo una lona, espantó el frío sorbiendo mate y aprendió a distinguir los colores verdes de un mismo ventisquero. Llevaba, eso sí, un GPS, una libreta minúscula donde apuntar sus observaciones, seis mapas del Instituto Geográfico Militar, su cámara digital y un saco de dormir.-





-¿Cómo nació esta locura de cruzar la Patagonia chilena, montado a caballo?




-Entre el 68 y el 74 viajé bastante por Sudamérica. Estaba interesado en la música, así que traje una grabadora y grabé canciones de Brasil, Uruguay, Paraguay, Bolivia, Perú, Chile y Argentina. Un día estaba en Argentina, en la pampa patagónica, y me quedé mirando las montañas de Chile. En ese momento pensé que algún día regresaría y que iba a recorrer la Patagonia de norte a sur - rememora el inglés.El momento llegó 35 años más tarde, en el verano de 2003: Burrough aterrizó en Coihaique, contrató los servicios de una agencia de turismo aventura para que le armaran la ruta y se largó desde Futaleufú hacia el sur, junto a un joven guía local. Al fin empezaba a cumplir el sueño de su vida, cuando ciertos dolores intensos y precisos lo obligaron a bajarse del caballo. En el hospital coihaiquino sabría después que tenía cáncer. El andariego debía quedarse quieto.Fueron meses agitados. Apenas supo que estaba enfermo, el incansable Burrough regresó a Inglaterra, donde le extirparon el cáncer. Después cumplió las indicaciones de reposo y, sin más seguridad que un pronóstico favorable, resolvió reanudar su aventura chilena. Esta vez, con completo éxito.­




-¿Cuál es ese objetivo tan poderoso que lo hizo regresar, recién operado de cáncer?­




-Ver Patagonia. Quería encontrarme con la gente que vive allá, porque pasa una cosa muy rara. Otras partes, como Estados Unidos o África, tuvieron una época de pioneros hace 150 años. Pero en la Patagonia chilena la gente todavía está viviendo como pioneros.-




-Otro inglés lo hizo antes que usted: Bruce Chatwin recorrió toda la Patagonia y conoció a la gente antes de escribir su famoso libro de viajes.-




-Chatwin es uno de mis autores favoritos en su género, pero no me gustó mucho "En la Patagonia". La gente de allá que lo ha leído se siente un poco ofendida, porque los describe como primitivos. Y la verdad es que yo también me sentí bastante insultado. Otro libro importante es "The Last Cowboys at the end of the world", un best seller en Estados Unidos que narra las vivencias del autor en La Tapera, que es un pueblito básico, muy pobre. Pero el autor dice que tardó una semana entre La Tapera y Lago Verde. Yo lo hice en dos días y la gente de allá lo hace en uno.Tal vez tiene que ver con la necesidad de alimentar los mitos patagónicos: que es el fin del mundo, que allí han vivido grandes forajidos como Butch Cassidy y Sundance Kid, en fin.- Si yo quisiera vender un libro sobre Patagonia al mayor número posible de personas, obviamente pondría que Butch Cassidy y Sundance Kid estuvieron allí. Pero la gente que está interesada en la naturaleza y los gauchos no necesita escuchar esas historias. Aparte de Cassidy y Kid, hay cuentos e historias de vidas en cantidades industriales. Efectivamente, Patagonia es peligro, es aventura, es sangre, es tragedia, es ignorancia y sabiduría.-




-Contando geografía, fauna y flora, ¿cuál fue el hallazgo más importante de su viaje?




-Ver tanta belleza, día a día, hora tras hora, y no aburrirme nunca. Y también conocer a la gente de la zona, aprender de su realidad, recibir su mate, su fuego. Mientras más aislada, la gente es más hospitalaria. La costumbre es ayudar al vecino sin pago alguno. Cuando hacen la recolección de animales, por ejemplo, caminan uno o dos días simplemente para darle ese servicio a su vecino.




- Como inglés, ¿sintió que al conocerlos se remontaba a épocas antiguas, de subsistencia?




- No, porque yo mismo soy campesino. Mi padre tenía una estancia en Langford, en la provincia de Somerset, donde había vacas, terneros, ovejas, chanchos y percherones, y donde nosotros mismos teníamos que reparar las cosas para volverlas a usar. Por eso me identifiqué con ellos.




- ¿Con quién, por ejemplo?




- Hay un hombre que se llama Heraldo Real. Tiene 62 años y vive a cuatro días a caballo de Cochrane y a tres días a caballo de Villa O'Higgins, en el valle del río Bravo. Este hombre no tiene radio. No recibe visitas. Y hace su trabajo. En parte cuida el terreno de otro, que es una costumbre allí, y en parte cuida su propio campo, donde tiene a sus animales. Él tiene tres puestos, porque por las distancias necesita sitios donde alojarse cuando anda cuidando el campo. Nosotros, mi guía y yo, usamos esos puestos cuando estaba lloviendo muy fuerte. Y ése es un servicio importante que le da a la gente. ¿Qué pasó? Tenía una radio con antena y la Municipalidad de Villa O'Higgins se la quitó, porque había permitido que se echara a perder. Él les explicó que las ratas se la habían comido, pero se la quitaron igual.




- Usted cree que Heraldo Real merece una radio, ¿no?




- Al menos, sería reconocido en su papel. Imagine que vive en la frontera y que si le pasa algo, no se va a poder comunicar. Cuando le pregunté qué haría si sufre del apéndice, me dijo "Si no me curo y no puedo subirme al caballo, me muero". Hemos pasado también por la tumba de un hombre que murió el año 74.




- ¿Otro de sus personajes?




- Era un hombre de 50 años que estaba haciendo su última recolección de animales. Murió con su caballo y su perro en el invierno. A la primavera siguiente, José Rogel lo encontró y lo enterró. Yo me encontré con Rogell en la ruta. Tiene 88 años y también me contó que en ese mismo sector un hombre estaba haciendo su tropa, junto a sus dos hijos, de 12 y 14 años. No se sabe por qué, pero el hombre se bajó del caballo y murió. Los hijos tuvieron que recolectar a los animales y además recoger a su papá muerto. Eso fue hace poco. Son cuentos de interés, ¿no?




- Y algo heroicos.



- Sí. Y estoicos también, porque los gauchos no se quejan. El gaucho en Chile tiene muy mala fama. De hecho, mucha gente de Santiago los identifica como argentinos y como personas mañosas, poco finas. Puede ser, pero la mayoría vive una vida mucho más dura y solitaria que el huaso. En comparación, me parece que los huasos son casi un club social.



- De todas las historias que conoció, ¿cuál lo impactó más?



- Me gusta mucho la historia de doña Dora, en Lago Verde. Todos los chicos del pueblo la llaman "la abuela". Y no solamente ahí. Conozco gente en Coihaique que también la llama "la abuela". Su familia fue la primera que llegó a Lago Verde, de una manera totalmente salvaje, y todavía vive donde mismo. Doña Dora vino a caballo con su papá, cuando tenía cuatro años y nunca había montado. En Lago Verde vive también Eduardo Simon, un francés que llegó el año 49, después de la guerra. Fue malherido, porque era piloto. Ahora es un hombre bastante mayor, un caballero. Y él, por ejemplo, es uno de los pocos dueños de estancia cuyos puestos, todos sus puestos, tienen duchas de agua caliente. Eduardo Simon cuida a su gente y hasta hace muy poco llevaba a todo el mundo en su avión de un lado a otro.



- ¿Cree que se están extinguiendo los gauchos?



- No, espero que no. A los gauchos les tengo un respeto enorme, y mucho cariño.



El viaje no ha terminado para Jon Burrough. Arropado con la compañía de los suyos, en estos días debe estar revisando sus apuntes y las 300 fotos que tomó para empezar a escribir. Sí: el viajero pretende contar en detalle la historia de esta cabalgata de más de mil kilómetros, relatando los viajes de los primeros blancos que llegaron a la región y por supuesto sus propios hallazgos, pequeños cuentos de la Patagonia.



Paula Andrade D. Revista del Domingo

No hay comentarios: