Los Chilotes, los hombres de la Isla grande, fueron los primeros que llegaron a ponerle el hombro al trabajo en la Patagonia. Esforzados, aventureros. Todos los demás llegaron después, cuando ya ellos habían derribado el monte a hachazos para construir fuertes y ciudades. Se hicieron baqueanos, buscadores de oro, peones, esquiladores, velloneros. Quedó su huella en la Patagonia entera, sin fronteras, trabajaron y murieron en las huelgas sangrientas y en los lomos de los caballos ariscos. Sufrieron la explotación y la ingratitud. Se mezclaron con el indio y fueron los primeros gauchos que cabalgaron la pampa magallánica. Enamorados de la tierra, no retornaron jamás a sus islas. Sufrieron la nostalgia por las novias, por las madres y la vida del mar, pero con hombría de sobra se conformaron con el calor de esos recuerdos guardados en el alma y se quedaron, para aportar los genes mas valiosos que componen la raza magallánica, los de la sencillez y el esfuerzo.
A pesar de todo su empeño, la tierra no fue para ellos y muy poco se los nombra y se les agradece por todo lo entregado.
Por eso no es extraño que los artículos siguientes, sobre los chilotes, muy emotivos y certeros, hayan sido escritos por argentinos.
Los chilotes, oriundos de la isla de Chiloé (Chile) son muy numerosos en la Patagonia.Durante mucho tiempo se los consideró inmigrantes, y se los asociaba todo un vocabulario despectivo. Una mano de obra sobreexplotada, cuyo aporte esencial a la historia habrá de ser reconocido un día.
El hijo mayor se va a los veinte años, y Ampuero lo acompaña al cumplir los 18, en 1928: como cada primavera, 400 temporeros se apretujan en el barco de la linea que los lleva en tres días de Castro, en la Isla Grande, a Punta Arenas. En su primer viaje a la Patagonia, Ampuero no es más que un peón común y silvestre, según su pintoresco lenguaje. La estancia es argentina, el capataz… neozelandés.Servicio militar del lado chileno, en Punta Arenas, en 1929; luego es tomado como temporero en el Frigorífico de Puerto Natales a 200 kilómetros al norte; continua así en una estancia situada “hacia arriba”, es decir hacia el norte, “ por el recorrido no más, uno tiene aspiraciones para conocer”. Luego pasa a la Argentina, y de estancia en estancia, sube de jerarquía, se vuelve campanista – el que va por las mañanas a juntar los caballos para los peones-, vuelve al sur por la costa atlántica – “costeando por abajo”- para ir a trabajar en las explotaciones auríferas, hallar un puesto de enfardador; de “marcador” de ovejas o de castrador a diente.Este laborioso trayecto, lleno de disputas con patrones y capataces, de hastío por la tarea demasiado dura o demasiado monótona, de deseos irrefrenables de ir a conocer a otros lados, “ hacia arriba”, “hacia abajo” “del otro lado del alambre de púas”- es decir de la frontera-, dura veinticinco años antes de volver a Chiloé por primera vez desde 1928. Pero la vida es demasiado ingrata allí, con demasiadas epidemias de tizón, enfermedad que en los años demasiados húmedos arruina la única producción agrícola comercializable de a isla: la papa; el peso “moneda nacional” argentino se cotiza mejor que el peso chileno, y “la patria es el lugar donde uno puede ganarse la vida”. Así pues, Ampuero vuelve a la Patagonia argentina, de Ushuaia a Río Gallegos. Nuevo regreso a la isla natal en 1972, quería “poblar”, instalarse en el suelo familiar y echar raíces. Pero impulsado quizás por el deseo de vagabundear, o por no haber tierra suficiente para cultivar, o fuerzas para desbrozar, pasados los sesenta años invoca un diferendo conyugal y vuelve a irse a la Argentina. Y como “ a esta altura del partido no se puede hacer milagro”, helo aquí finalmente, después de haber tenido un puesto ambulante en Ushuaia durante siete años, convertido en cuidador de esta estancia fueguina. Un pequeño huerto de papas, las frutillas silvestres, la carne de alguna oveja accidentada y las ramas caídas para leñas le permiten vivir casi de manera autónoma, suelo de todo chiloe autentico, a la espera de poder cobrar la magra pensión que desde el centenario de Ushuaia, en 1984, se decidió acordar a los pobladores con más de cuarenta años de residencia en Tierra del Fuego. En 1948 también trabajó para la marina de guerra en Ushuaia
La patagonia está llena de hombres como Ampuero, emigrantes chilotes cuyas vidas están repletas de episodios, saltos, catástrofes evitadas o no, golpes de suerte y grandes y pequeñas miserias: ellos “hicieron” la Patagonia, o ayudaron a hacerla de manera tan decisiva, tan continua, que aquí se sienten en su casa; ésta es su tierra, son sus dominios, y los recorren según lo necesiten o deseen. En la actualidad los habitantes de Aisén, de Magallanes de las ciudades y estancias argentinas pueden llamarse aiseinos, puntarenenses, santacruceños… pero casi todos vienen de Chiloé, desde hace una, dos tres generaciones o aún más, pues el primer contingentes de chilotes- 183 personas en 40 familias-, se embarcó en 1848 hacia Punta Arenas, casi duplicando en ese momento la población de la ciudad que recién se fundaba.¿Cuántos vinieron, o cuántos permanecen en la Patagonia? Aquí las estadísticas con sus imprecisiones, se tornan incomprensibles si no se recurre a la psicología social y a la geopolitica. Al principio las cifras sólo hablan de “chilenos”, los argentinos dicen “sólo chilenos” para designar a los inmigrantes del vecino país, y los mismos chilotes se presentan primero como chilenos; sin embargo, basta preguntar por el origen de los interlocutores para que surjan todos los lugares de la toponimia chilote, los Rilan, Taraí, Lemus, Ritoque, Quicavi, Mechuque, etc.
Pero estos chilotes arraigados aquí muchas veces los argentinos quieren recordar a pesar de todo y ante todo, su condición de chilenos. Y si bien cada uno de los dos “países hermanos” invoca a su vez a los chilenos más que a los chilotes, es porque Chile está orgulloso de que sus nativos ratifiquen con esta invasión pacifica el hecho de que la Patagonia es una, y que por ende…¡ Pero no reabramos el debate! Y lo mismo ocurre del lado opuesto, porque la Argentina teme y denuncia, usando el mismo término simplificador, el supuesto peligro de una chilenización, incluso involuntaria. “¡ CHILOTE TENIA QUE SER!” entre la gente de las estancias la fórmula pretende dar la clave inmediata de un comportamiento incomprensible o condenable. Sin embargo, todo el mundo reconoce que los chilotes tienen cualidades de trabajadores dóciles y competentes, “buena gente, simple y resistente” y que “como buenos rotos chilenos, aun estando con las tripas afuera, siempre dicen que están bien…
¿300.000, 400.000 ó 500.000? Las cifras siempre fluctúan según los autores y la coyuntura política. De todas maneras, ¿porqué son tantos los chilotes en la Patagonia? Aquí habría que evocar esa especie de Irlanda de las antípodas que fue Chiloé: una población prolífica, confinada a las orillas menos hostiles de una Isla Grande casi totalmente ocupada por latifundios improductivos, población que cultiva parcelas de papas siempre insuficientes, y que multiplica los trabajos para sobrevivir en las tierras vecinas de los colonos alemanes de Llanquihue, justo al norte, desde el siglo XIX; en los cipresales, los bosques de cipreses del archipiélago de los Chonos, para extraer las estacas de los viñedos del centro de Chile; o también en los canales de la Patagonia occidental para recolectar caracoles para las fábricas de conservas regionales ampliando aún más el espacio de sus salidas temporales. De esta manera, el chilote es viajero, como el mismo dice, por necesidad tanto o más que por gusto, y cuando el ganado conquistó la estepa patagónica se transformó “providencialmente” – dijeron entonces los que ven la armonía “natural” de las relaciones entre el explotado y el explotador- en la mano de obra temporal que necesitaban los estancieros.. Así se fue armando toda una compleja organización de enganchadores o contratistas que empleaban a los comparsas, esos equipos que cada primavera dejaban Chiloé para la esquila, y algunos de cuyos miembros prolongaban, a veces indefinidamente, su estadía lejos de Chiloé, enviando dinero a la familia que había quedado en la isla, al principio regularmente; luego, estos giros se espaciaban, el viajero se casaba otra vez en la Argentina y no volvía nunca. Simbiosis perfecta, de algún modo, ya que en general estos trabajadores nunca ganaban lo suficiente como para dejar de hacer sus “temporadas” y si olvidamos que la isla, privada de sus mano de obra masculina, apenas si podía proteger sus campos y pastos del siempre amenazante renoval?, y así engendraba la emigración que la iba debilitando.Pero los chilotes hicieron funcionar la explotación ovina de la Patagonia, desde el humilde lugar que les tocó. También se dispersaron en las ciudades fueron portuarios, albañiles, trabajadores en las minas argentinas de carbón de Río Turbio; también fueron constructores de barcos, loberos (cazadores de lobos marinos y pescadores, hicieron todo lo que se podía hacer en este territorio vacío, con sus manos como único recurso.
Esta época ha terminado y todo parece conspirar en este sentido. La lana se vende mal, hay que deslastrar las pasturas demasiado dañadas por la erosión y como en todo el mundo, “hay que achicar gastos”; en lugar de peones a caballo aparecen pequeñas motos todo-terreno que transportan a un hombre y dos perros, uno puntero que hace ir más lento al rebaño cuando es preciso, el otro culatero, que lo hace ir mas rápido. Además, en plena crisis económica, la Argentina “produce” también en abundancia su propia mano de obra temporera, cada vez reparando menos en las condiciones de trabajo que se le ofrece, y así es como los mestizos de indios de las provincias del Norte compiten en las estancias patagónicas con los esquiladores chilotes. La grave tensión por el Beagle generada en 1978 detuvo de manera tajante durante algunos años la migración proveniente de Chile. Durante los ochenta, Chiloé se transformó rápidamente en un importante lugar de la salmonicultura mundial y ofreció así , a su ejercito de trabajadores en reserva, el empleo que ahora difícilmente se halla en la Argentina. Por otra parte, durante cierto tiempo, el peso chileno se cotizó mucho mejor que el inestable austral argentino.¿Entonces los chilotes en la Patagonia son sólo una visión del pasado? A pesar de las apariencias, la coyuntura económica actual es demasiado inestable para poder hacer esta afirmación. Quizás nos demos cuenta un día que exportar vía aérea el salmón fresco para adornar la mesa de los países del norte, explotando la mano de obra chilote, no es una realidad un ejemplo de “desarrollo sostenible”. De todas maneras, los vínculos entre Chiloé y la Patagonia no se han roto. En todo el vasto espacio que va desde el río Negro a Tierra del Fuego, la diáspora chilote sigue pensando en la tierra abandonada, sigue soñando a veces con el hipotético regreso a lo propio, esas hectáreas de tierra raramente vendidas, confiadas a la familia o a un vecino.Resta esta “cultura” patagónica que se forjó desde hace un siglo y que mezcla, hasta Tierra del Fuego, los aportes tan contrastados del chilote y del gaucho, el curanto” y el mate, el arte del marino y del jinete, la tradición del desbrozador de su propio campo y la del criador que galopa por la estepa. Quedan por fin esos ancianos que guardan en sus memoria una parte irremplazable de la historia de la Patagonia, y que habría que escuchar antes de que sea demasiado tarde, con el mismo respeto que se tiene por los viejos libros.
CON LAS VENTANAS CERRADAS Y LUZ INTERIOR
Reportajes - por el periodista Miguel E. Vázquez
José David Coihuin Coihuin, nació en la isla Quehue, del archipiélago de Chiloé, Chile. Desde los 17 años vive en la Argentina. En el año 1949 llegó a Río Grande, y luego de un año se fue a Ushuaia. Como peón de campo, la esquila, el arreo y las tareas rurales no le son ajenas. Trabajando de alambrador tuvo un accidente que a la postre le hizo perder la vista. Hace más de 30 años que vive en el Hogar de Ancianos San Vicente de Paul, sitio al que siente como su propia casa. Amó la vida al aire libre y añora el mar. Con un relato sencillo, lleno de vida y luz, nos conduce por la patagonia de un tiempo pasado.
¿Qué recuerda de la zona donde nació?
Es una zona donde son todas islas, está todo rodeado de mar y los que viven en la costa se ocupan de la pesca, en agarrar centollas, pescados, casi todos tienen sus embarcaciones y sus redes para trabajar, mis padres se dedicaban a eso, pero igual tenían terreno para sembrar, pero se ocupaban en la pesca también, porque todos los que viven en costa de playa tiene su bote para pescar, y se pesca la sierra (NR: Pez marino comestible de un metro de longitud, sin escamas, que tiene a ambos lados del cuerpo dos líneas de color amarillento pardo y manchas ovaladas del mismo color), el jurel, son los que más se pescan.
¿Qué clima tiene?
Hace calor, pero es muy llovedor, llueve mucho, en el tiempo de verano llueve mucho, pero no es frío.
¿De chico le enseñaron el oficio de la pesca?
Si, de cuatro o cinco años yo ya andaba en ese trabajo, andábamos con mis otros hermanos, nosotros éramos 11 hermanos... mis padres eran primos.
¿Por qué decidió salir de la isla de Quehue?
Se me dio como se le da a todos los jóvenes, algunos conocidos decían yo me voy en tal tiempo y otro los mismo, y yo hice igual, me vine para acá en el año ’41, y no volví más para mis parajes, tenía 17 años.
¿Había tenido algún estudio en la isla?
Muy poco, porque teníamos el colegio lejos, en la misma isla de Quehue, pero es una isla grande, hay tres capillas en la isla, no recuerdo cuantos habitantes éramos, pero hoy debe ser igual porque la gente no para allí, se va.A veces iba al colegio, iba uno o dos días y después ya nos tocaba trabajar en la agricultura.
¿Qué cultivaban?
Se sembraba el trigo, la papa, la avena, habas, arvejas, de todo, eso era para consumo propio, y teníamos una yunta de bueyes y una o dos vacas.
Cuando salió de Quehue, ¿qué rumbo tomó su vida?
El 16 de agosto del ’41 me fue de Quehue y el 18 de septiembre entré a la Argentina con 17 años, en la parte de Cañadón León, que hoy en día es Gobernador Gregores, entré por allí y me vine a San Julián, salía a las comparsas de esquilas, en ese tiempo en San Julián había 32 máquinas de esquila, porque había mucha esquila en ese tiempo,Cuando volvíamos de esquilar, íbamos al trabajo del frigorífico, y luego íbamos al campo a pasar el invierno, nos juntábamos dos o tres compañeros y andábamos en campamentos, se agarraban liebres, había muchas, y cazábamos también zorrinos, zorro gris, había mucho zorro gris, el que había poco era zorro colorado, ahora hay más.
Cuando ingresó a la Argentina era menor de edad, ¿en esos tiempos no se pedían documentos?
Uno andaba trayendo su documento, y cuando llegaba a una estancia si había trabajo le daban, trabajaba por día o trabajaba mensual, me acuerdo que en esos años pagaban mensual 22 pesos, y no alcanzaba para nada, y si se portaba bien le pagaban dos pesos más, y uno trabajaba en la esquila, en los baños de animales, en las marcas, y le pagaban tres pesos por día.
¿Había cruzado a caballo a la Argentina?
Sí, me vine de a caballo con un primo, cruzando la cordillera por Balmaceda y vinimos a salir en Santa Cruz en la dirección de Las Heras, tardamos hasta llegar a San Julián como un mes, ya que veníamos trabajando por día, luego caminábamos un par de días y cuando había trabajo en una estancia pasábamos a trabajar en la señalada o en los baños.
¿Mucho tiempo estuvo en San Julián?
Sí, ahí salía a la comparsa, salí dos años de vellonero y después aprendí a esquilar, salí dos temporadas en la prensa, para el prensado de la lana, y luego el encargado, un uruguayo, me dijo que al otro año no salía con la prensa sino que salía a esquilar, ya había aprendido a esquilar, en el primer año llegué a 190 animales por día, y después me vine para estos lados.
¿Cómo surgió el continuar camino hacia el sur?
Había yo bajado a San Julián de la esquila y andaban buscando tres rasqueteros para el Frigorífico de Río Grande, rasqueteros para las tripas, la tripa delgada del cordero, de la oveja y del capón.
¿De qué año estamos hablando?
Del año ’49.
¿En qué se vino y con quién?
Nos vinimos tres compañeros, de San Julián hasta Gallegos nos vinimos en colectivo y después en un avioncito que había para 11 pasajeros, así nos vinimos y estuvimos trabajando en el Frigorífico de rasqueteros, y luego me dejaron de salador de tripas, en ese tiempo se trabajaba mucho la tripa y luego se la enviaba a Alemania, la tripa valía $1.- el metro, se usaba para hacer salchicha.Recuerdo que se hacía una mesa larga de 11 metros, porque el capón tiene hasta 22 metros de tripa, y la oveja más o menos 20 metros y el cordero 18, la tripa del cordero es sanita íntegra, se limpia y todo sirve, la de la oveja la mitad y el resto por el pasto viene picada y eso no se puede vender, y la del capón es más firme
¿La paga era buena?
En ese tiempo nos pagaban bien, cuando nos pasaron a buscar en San Julián los Jefes que trabajaban acá en la tripería nos dijeron que nos pagaban $750.- por mes, y allá uno trabajando toda la temporada en el campo no alcanzaba a ganar 100 ó 120 pesos, y yo le dije a mis otros compañeros que me venía y ellos no creían, “qué le van a pagar esa plata” decían, “si eso no lo gana ni el gerente de La Anónima y a ustedes le van pagar 750 pesos, mire como lo hacen leso (NR: en Chile significa tonto, de pocos alcances)”; pero yo dije que me venía, y vinimos con un tal Lindor Alderete, y otro muchacho del que no recuerdo su nombre, está en Ushuaia.
¿Recuerda cómo era Río Grande cuando llegó?
Acá no había casi nada, era todo tierra, las calles eran pocas, lo que había era mucho trabajo, la gente trabajaba en la leña, en los aserraderos, estaba el trencito que iba a la estancia y bajaba la lana, y después de la temporada me fui a Ushuaia.
¿Por qué se quiso ir a Ushuaia?
Me fui porque terminó la faena del frigorífico, estuve un año nomás y me fui, nos fuimos a Ushuaia de a caballo, porque no había paso por ningún lado, había que ir de a caballo, el primer coche que pasó fue en el ’52, un coche alemán que en el agua era bote y en tierra era coche, y después pasó un jeep del Ejército, pero le costó pasar en la cordillera, lo pasaban a la rastra, había mucha turba, le metían palos, los rollizos se iban para abajo, cuánto trabajo...
¿Y qué hizo en Ushuaia?
Conseguí trabajo en un tambo de la Marina, un día andaba caminando en la calle y un capitán en un jeep se paró me hizo señas, y yo fui y me habló, me dijo si quería trabajar en un tambo, le dije que sí, y me mandó que fuera al otro día al Hospital, me dio un papel y me fui, en el Hospital hablé con dos médicos, me revisaron, me dijeron que andaba medio jodido de la vista y que no podía ir a trabajar, pasaron dos días y andando otra vez en la calle me encontró de nuevo el capitán, me tocó la bocina del jeep y me preguntó ‘¿qué le dijeron?’, le mencioné que no podía ir a trabajar, sacó un papel, hizo unas rayas y me dijo que fuera otra vez, fui a ver los doctores, miraron el papel y dijo un doctor, ‘bueno, vaya a trabajar nomás, donde manda capitán no manda marinero’, y me fui a trabajar y trabajé como 9 años en el tambo de Marina.
¿Cómo era el trabajo en el tambo?
Duro, allí no paraba nadie, porque se peleaba el encargado con la gente... en ese tiempo no había luz, tenía que prender cinco (faroles) petromag, hacer la limpieza, había 60 vacas para alimentar y ordeñar, yo me tenía que levantar a las 4 de la mañana, prender los faroles, y el capataz dijo ‘a este me lo voy a arreglar yo’, él creía que no iba a aguantar, yo seguí nomás, me levantaba a esa hora, hacía limpieza, le daba comida a los animales, maíz cocinado y pasto, y preparaba todo para que estuviera listo para las 6 cuando comenzaban los ordeñadores, y como en septiembre me dijo el capataz ‘levántese a las 6, junto con los ordeñadores’, y yo le dije ‘yo no aflojé, aflojó usted’. Recuerdo que había mucho abono para sacar, unas rimas (NR: Montón) grandes hasta arriba, y había un carro y dos yeguas frisonas, grandes, y con eso comencé a trabajar, le metí sin parar y saqué todo, hasta el barro, no dejé nada, era un trabajo pesado, duro.Luego llegó un veterinario, muy buena gente, me enseñó a poner inyecciones, me decía como era todo. También recuerdo que el pasto lo traían de Bahía Blanca, venía sementín, todo para la comida de los animales, lo traían en buque o en barcaza.
¿Hasta cuándo estuvo con esa labor y qué hizo después?
Estuve hasta el ’59 en el tambo, y después me fui a trabajar a (Estancia) Harberton, tenían 18.000 animales de esquila, fui de esquilador, me fui así nomás a ver si me daban trabajo y me dieron enseguida, ahí esquilábamos menos por día, porque no se bañaba la hacienda porque tenía mucho beri, una cosa que sirve para hacer jabón, por eso no se bañaba el animal, y con eso llegábamos a esquilar 150 ó 160 animales por día.
¿Cómo es el trabajo del esquilador?
Es pesado, lo que tiene que tener es aguante es la cintura, uno tiene que aguantar al animal, cuando lo patea y todo eso, se hace agachado, encorvado desde que comienza hasta que termina, se comienza a esquilar por el pecho, se limpia el pecho y se empieza de la paleta cuando se tiende el animal, después se da vuelta y sigue el lomo.
¿De quién era Estancia Harberton?
Los patrones eran los Bridge, los mismos que de Viamonte.
¿Cómo era esa zona?
En invierno nevaba, pero está en la costa del Canal Beagle, cuando había marea alta llegaba a 15 ó 20 metros de la cocina el agua, y a veces entraba en el galpón, teníamos que levantar los fardos para que no se mojen.
Cuánto estuvo allí?
Estuve un año como esquilador y después me pusieron en la cocina, de cocinero, había aprendido a cocinar de andar mirando en Ushuaia en la Aeronaval, era conocido ahí y yo iba a mirar lo que hacían los suboficiales cocineros, y ahí aprendí, cuando se fue el cocinero que había en Harberton me pusieron a cocinar por unos dos o tres días hasta que fuera otro, iban a venir a buscar a Río Grande o a Ushuaia, y los otros compañeros del trabajo le dijeron que me dejen a mí, que no buscaran a nadie, y estuve 9 años en total.En ese tiempo había de todo, abundante, se daba cordero, en tiempo de esquila se comía puro cordero nomás, y tenían una buena quinta, se cosechaban 90 bolsas de papa, y de todas las verduras, frutas, zanahoria, lechuga, y tenía un invernáculo chico también, salían unos pepinos grandes, ajos, muy linda tierra.En las vacaciones me iba a Ushuaia, porque tenía conocidos allí, me iba de a caballo, ese era el medio de movilidad, después comenzaron a andar las lanchas, las pesqueras o las lanchas de la Subprefectura, que iban a estar 3 ó 4 días a Harberton, muy buena gente la de la Subprefectura, y con eso nos íbamos a Ushuaia.Luego de esos años pedí aumento y no me quisieron dar, entonces dije que trabaja hasta tal fecha y me retiraba, y así fue.
¿Le gustó haber estado en Harberton?
Sí, me gustó, me gustaba el paisaje, el mar, y también íbamos a buscar flechas a donde estuvieron los paisanos, los onas, donde había un montón de conchillas ahí cavábamos y sacábamos de abajo huesos de ballenas o de lobos. En ese lugar las ballenas morían solas, varaban todos los años dos o tres, cuando las corren las orcas desesperadas iban a esa tierra y allí morían, nosotros cuando varaba alguna le sacábamos el cuero y la carne para comer, es buena, como la carne vacuna, pero tiene carne en la aleta nomás, lo demás es pura grasa.
¿Qué hizo luego?
Me vine a trabajar a Ushuaia en la empresa vial Trefauld, una empresa que fue la que hizo la huella de acá a Ushuaia, ahí estuve alambrando, y después ahí perdí la vista.
¿Qué fue lo que sucedió?
Cuando estaba trabajando, había un palo, un varón grueso, que lo había arrastrado la topadora, y yo dije ‘lo voy a cortar y me va a dar cinco postes’, y lo vi que estaba muy cimbrado, y me dije que no lo iba a cortar porque ‘capaz que se reviente’, y me subí arriba del palo y lo toqué con el hacha tan afilada que uno trabaja y lo toqué así nomás y reventó y me tiró como cinco metros, y fui a golpear contra un tronco y me rompió la cabeza, me hundió el hueso, no sangró, y ahí quedé, estuve como 4 ó 5 horas tirado ahí, mis compañeros estaban más lejos abriendo una picada y yo en ese lugar solo, me saqué las puntas de los huesos para arriba, las arrancaba, me paraba y mareado me caía, suerte que tenía un perrito chiquito, cachorrito y ese me llevó hasta el campamento, se llamaba Porteño.Ahí me curaron, tendría que haber ido al pueblo o a Buenos Aires, pero no fui nada, y a los tres meses perdí la vista del ojo derecho y al año me atacó el otro, y de eso me mandaron a Gallegos, ahí me operaron porque se me había despegado la retina y quedé bien, recuperé la vista, me dijeron que no tenía que trabajar por un año o dos, pero después tuve que trabajar, como a los cuatro o cinco meses me vine a alambrar, y ahí perdí otra vez, veía arriba y abajo, me llevaron a Buenos Aires y allá me quemaron la vista con el rayo láser, en lugar de solucionarme le problema me perjudicaron, eso fue en el año ’63.
¿Cómo siguió su vida ya sin la posibilidad de ver?
Estaba con unos conocidos, después me trajeron acá al Hogar (de Ancianos) una asistente social, yo no quería venir, pero me dijo que iba a estar bien acá, y vine cuando todavía no había abierto el Hogar, porque estaban pintando, poniendo los vidrios, me trajeron al Hospital, éramos 8, yo era el más joven, nos trajeron el 1º de diciembre, y el resto de los 8 que vinimos estuvieron algunos un mes, otros dos, otros un año, otros cuatro y se fueron, me quedé yo solo y estoy todavía.Debe recordar a mucha gente que pasó por este Hogar...Acá han muerto muchos, más de cien, y de los que han estado a cargo del Hogar recuerdo a Don Vicente Ferrer, él fue un hombre muy bueno para nosotros, muy buena gente, como él no hubo ninguno; cuando yo quería irme de vacaciones me daba ropa, me daba plata, y yo me iba a Ushuaia o a Punta Arenas, a ver amigos y familiares
¿A su lugar de nacimiento no volvió nunca?
No, desde que me fui a los 17 años nunca volvía a estar ni con mis padres ni con mis hermanos, en el terreno de mis finados padres tengo a mi hermano más chico, cuando yo salí él tenía un año y medio, a las que he visitado son a unas hermanas que tengo en Punta Arenas.
¿Ni por carta ha mantenido contacto?
Sí, les he mandado cartas, ahora hace mucho que no les escribo, siempre estoy que quiero ir pero la plata no alcanza...
¿Cómo pudo superar el hecho de perder la vista?
Primero veía un poco de un ojo, pero luego no, uno se siente triste, pero nunca perdí mis ganas, acá ando solo, voy, vengo, conozco el lugar de memoria.
¿Qué imagen guarda de cuando tenía la posibilidad de ver?
Mis trabajos de ovejero, andar en el mar, eso me gustó mucho, siempre lo veo en mi memoria, me gusta mucho el mar; debe ser porque nací en la costa del mar, cuando tenía 4 ó 5 años y nos embarcábamos en un bote mi finado padre me tiraba al agua para que nade y aprenda a salir.
¿Qué recuerda de su padre?
El vino también a la Argentina en el año ‘16, vino a Río Grande, decía que no había nada, unas cuantas casas nada más, trabajó en María Behety, en la Sara, y también estuvo en el año ’32 cuando fueron los grandes nevazones en que murió casi toda la hacienda, la oveja es más dura, aguanta, aguanta hasta 20 ó 22 días sin comer, después se ponen ciegas, el caballo aguanta menos, igual el vacuno.Él trabajaba en la esquila y en el frigorífico, había mucho trabajo y pagaban bien.
Si tuviera la posibilidad de recuperar la vista, ¿qué le gustaría ver?
El mar, estar ahí, trabajar con las cholgas, con todo eso.Recuerdo que antes en Bahía Aguirre había aserradero y yo iba ahí, un año se rompió la chata que llevaba las maderas y el buque, no recuerdo si era el Bahía Thetis o el Bahía Aguirre, que estaba para cargar la madera y ese perdió el ancla con 50 metros de cadena y pagaban 50.000 pesos al que pudiera encontrar la cadena o rastrearla, pero no se puede ahí porque calma un rato y cuando vuelve la marea se pone malo el mar, no se puede aguantar el mar y hay mucho cochayuyo, un alga, recuerdo que una vez vinieron los japoneses, la sacaron toda y lo envasaron.
¿Qué cosas le hubiera gustado hacer si no hubiera perdido la vista?
Uno cuando anda bien, cualquier cosa le viene bien, esquilar, carnear, llevar arreo, el que trabaja en el campo hace todo eso, me gustó siempre el campo, amé la vida al aire libre, andando en el campo lo primero que uno se compra son dos lonas, una para tapar las pilchas y la comida que uno trae, y otra lona larga para taparse, esas que no les pasa el agua; siempre anduve de a caballo.
Le gustan mucho los animales...
Sí, me gustan los perros y los caballos, si tuviera una parte donde estar ahora... me gustaría tener un perrito, le haría una buena casilla, me gustan mucho los animales, pero ahora no puedo.
El sureño : Tierra del Fuego / Sábado 12 de julio de 2008 / Edición 5266
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