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ARTÍCULOS

Alfredo Díaz García:

FUI EL MEJOR EN LA DOMA Y CON EL LAZO

El mejor domador y laceador de Tierra del Fuego en la década de los 20, comenzó a trabajar a los 10 años de carretero en las estancias, laborando mas de medio siglo, para recibir hoy una mísera pensión de 16.000 pesos. Alfredo Díaz García, a los 88 años de edad, aun recuerda los años de gloria, cuando daba cancha, tiro y lado a los mejores. Y queremos entregar su testimonio, porque la historia generalmente la escriben los vencedores o quienes logran consolidar un poder económico; sin embargo, existe también otra historia, la de aquellos que con su trabajo han logrado el engrandecimiento de su terruño. Hoy Alfredo Díaz vive solo de sus recuerdos, acompañado de su anciana esposa Maria Caimapo, en una vivienda modesta de Playa Norte... y atrás, muy atrás, han quedado sus pampas de Caleta Josefina, Bahía Felipe, Punta Delgada o Primera Argentina, que lo vieron dejar sobre el coirón lo mejor de sus años mozos.


“ Fui el mejor domador y laceador de la isla de Tierra del Fuego nunca me botó un caballo y con el lazo siempre vencí -recuerda-. Aprendí desde muy Chico. A los 5 años murió mi padre y a los 10 años mi padrastro me envió a trabajar de carretero, acarreando leña desde el monte hasta Caleta Josefina, utilizando como vía el puesto Calafate. Practicaba solo con el lazo y, poco a poco, fui dominándolo, al mismo tiempo que iba conociendo el manejo de los caballos. Así, a los 20 años me transformé en domador... de los buenos, y creo que de mis tiempos soy uno de los pocos que está vivo. En todo caso ser domador y bueno para el lazo no me sirvió de mucho con los gringos, que miraban como nada a un trabajador. Los únicos que se entusiasmaban eran los chilenos. ¡Cuántos caballos amanse a conocidos y gente de por ahí!


El lazo

El lazo se hacia trenzando desde dos hasta ocho tientos, con puro cuero de vacuno. También podía confeccionarse con cuero torcido, Pero el otro era mejor se elegían tientos bien largos y el trabajo era bastante largo: había que curtir el cuero, sobarlo, hacer los tientos y trenzarlos. Un buen lazo tenía de 7 a 8 brazas (abre sus brazos Para señalizar la medida). Para quien conocía sus secretos el manejo era sencillo; no obstante, el trenzado era difícil de usar pues aquel que no tuviera práctica se enredaba entero. Había que ir sacándole la vuelta, lo que significaba hacer la armada a través de un movimiento exacto. El resto era nada más que habilidad.

Campeonato

Gané un campeonato realizado en Porvenir en 1922. La capital fueguina entonces era muy pequeña y el torneo se efectuó en una pampa cerca del retén. Salí primero entre todos los gauchos buenos. La prueba consistía en voltear caballos, (apialarlos); es decir, lacearlos de las manos y botarlos, además de los amanses desde luego.
Llegué por casualidad. Corría tras un vacuno en el campo y este saltó la tranquera. Apurado para evitar que se alejara, me baje del caballo y pise un clavo mohoso. Después que cacé al animal me enviaron enfermo a Porvenir, pero como faltaban tres días para el 18 preferí esperar hasta después de las fiestas. ¡Cómo iba a pasar el 18 en el hospital sabiendo que había fiesta de domaduras! Cojeando fui a apialar de las manos y a subir caballos, con un pelo no más, pues me dolía tanto al pie que no podía usar estribo. Salí primero entre todos los gauchos... i y puchas que había gauchos buenos! Estaban, por ejemplo, los Chonque Díaz, Jorge Mac Kay (cruzado con ingles, que pienso que todavía está vivo en Porvenir) y muchos otros cuyos nombres no recuerdo. Uno de los Chonque murió después jineteando en la estancia Springhill. El caballo, corcoveando, se le dio vuelta y lo mató.

Caballos

En mi vida amanse cientos de caballos, pero solo en una oportunidad a un bagual. Cada vez que lo subía se me iba a los cerros, relinchaba y arrancaba. No se iba solo porque lo tenia medio manso, pero siempre tiraba al monte. Al final se me fue. Pese a que lo juntaba con caballos mansos no hubo caso. Era oscuro... oscurito que llegaba a brillar... era muy bonito mi caballo.
Ahora viejo, cuando pienso en los caballos, en las domas, en las aventuras, no me puedo explicar como estoy vivo y sin fracturas. Nunca me botó un caballo. Me caía con caballo, me daba vuelta con caballo, pero siempre salía primero que el caballo. Tenía un gran estado físico, quizá debido a que en mi juventud fui atleta y saltador de garrocha. Eso me valió mucho.

El amanse

Amansar no es llegar y subirse. Hay que saber palenquear al animal, mantener la montura, taparle la cabeza... los ojos... así el animal no ve cuando lo están montando. Una vez arriba se le sacaba la arpillera y listo, ahí ! arréglatelas como puedas ! Casi no hay truco que valga. Había caballos que se boleaban (tirarse de espaldas) y así habían matado a varios jinetes. Yo encontré uno en Caleta Josefina. Los gauchos me dijeron:
-!Cuidado, ese caballo se volea!
-Bueno, déjenmelo, igual lo voy a subir -les respondí-. Sabía que era muy peligroso, por lo que puse el pie en el estribo y solo amagué montar. El caballo se voleó de inmediato, pero no me alcanzo a agarrar. Salté a un lado y el caballo se mató instantáneamente. Los caballos corcovean apenas uno los monta, por eso hay que subirlos bien arreglados: en el palenque y tapados de cabeza. Después se deben colocar bien las piernas y tomar bien las riendas para llevar el control, sin quitar un segundo los ojos de las orejas, que es donde tienen todo el equilibrio. Siempre hay que mirarles la cabeza para saber como corcovearán.


Una anécdota

Recuerdo cuando en 1920 trabajé con los tres hermanos Riveros en la estancia Primera Argentina. Domadores, jugadores de naipe y muy buenos para la taba. El administrador de Caleta me había dado las cuentas por matar una yegua que cayó en el corral cuando estaba apialándola.
-Quien mató la yegua -preguntó. -Alfredo Díaz respondieron a coro.
Así me dieron las cuentas por tres meses. Cuando llegué a la estancia Primera Argentina había amanse. Los hermanos Riveros estaban galopando potros y separado tenían un caballo capado de viejo, a los 7 u 8 años. Ellos no me conocían y i cuando iban a creer que yo era bueno para cabalgar!
-¿Y ese, no lo van a subir?- pregunté.
-No, déjelo, mañana... quizá mañana será- manifestaron casi al unísono. Le tenían miedo... el caballo llegaba a comerse el palenque... era un animal bravísimo.
-Déjenme, yo lo voy a subir. Amadrínenme no más, me cuidan el caballo-,
(Amadrinar: ir con un caballo manso al lado) les expresé.
-No lo subas mejor cabro, que te va a matar- dijeron.
-No importa, si me mata, me mata- dije para terminar la conversación.
Lo ensillaron, lo agarraron de la cabeza, de las orejas y partí. Corcoveó como loco. Todos miraban asustados, pero logré domarlo. Después que finalizó la doma el que amadrinaba me fue a buscar. Me acompañó al corral y ¡puchas! no querían largarme. Tuve que explicarles que andaba paseando castigado y tenía que volver a Caleta.

Indios y baguales

En Tierra del Fuego había muchos indios. En Caleta Josefina, cerca del monte, por Cameron. Solo comían lo que encontraban en los campos, principalmente ratones. Eran indios grandes. Recuerdo a un matrimonio indígena que vivía en la sección China Creek, de Josefina; tenían una carpita y allí les daban comida. Eran mansos, civilizados y todos buenos para el caballo. No se como engordaban tanto comiendo casi puros ratones. Solo peleaban con flechas, con las que eran muy seguros. Además de ratones cazaban guanacos, con los que hacían hermosas capas. No sabían utilizar lazos, solo arcos y flechas. Indios e indias eran re-feos y hediondos. Nadie podía acercárseles. Al pasar junto a sus carpas era difícil soportar el olor. La gente no los quería mucho, pues eran salvajes y con ellos peligraban la vida. Temían, eso si, muchísimo a los rifles y a las escopetas. Quizá en algunas fotos no se vean indios tan feos, pero ello, probablemente, se deba a que se produjeron variadas «cruzas»... por eso se ven algunas indias más o menos bonitas.

El ultimo indio de Cameron

En el sector montañoso de Cameron había un indio que tenia cerca de 40 perros. Era el ultimo del sector y nadie podía capturarlo. Siempre estaba escondido en el monte y sus animales eran muy bravos. El gaucho Hidalgo con su grupo logró pillarlo. Lo pescaron durmiendo y le mataron los perros. A el no lo asesinaron, sino que lo evangelizaron. Finalmente, lo dejaron instalado en una ruca ubicada a un kilómetro de Cameron, a donde iba a buscar víveres. Tenia como 70 u 80 años... era un indio viejo... fue el ultimo indio que yo recuerdo. Andaba todo el día en los montes.
A principios de siglo los indios no se acercaban a Porvenir. Andaban siempre arrancando. Los perseguían y los mataban. Creo que les pagaban Para que hicieran eso, pero nunca supe cuantas libras, pues aquellos que lo hacían jamás hablaban, se quedaban muy callados. Yo conocí indios salvajes que andaban por los montes.

Baguales


Así como andaban indios, también había muchos chanchos y perros baguales, que atacaban los caballos. Eran muy bravos. Los chanchos tenían tremendos colmillos y muy flacos, pues comían casi puro pasto. Salían entre las matas y atacaban las cabalgaduras. Yo era muy corajudo y una vez logre capturar una chancha con seis chanchitos. Y era baqueano y lleve los animales al puesto donde estaba mi madre. Con los chanchitos no hubo problemas, Pero la chancha no se amansó nunca. Hubo que matarla. Para cazarla la voltee con el lazo y cuando la tenia amarrada de una mano la lleve a Palos desde el caballo.
Los perros baguales eran otro caso. No hablo de perros salvajes, como los que se pueden encontrar todavía, sino que baguales, aquellos que solo viven en el monte sin salir jamás de su hábitat.
También estaban los llamados caballos asesinos. Yo conocí unos negros, oscuros. Eran baguales, salvajes, bravísimos. Botaban al jinete y lo pateaban en el piso. Si, por ejemplo, un vacuno bagual lo Pescara a usted, i puchas !, le destripa el caballo, lo mata a usted y listo! Capturé muchos vacunos baguales. Algunos tenían cachos gigantescos. Sabía agarrarlos. Esos baguales bajan del monte cuando se está escondiendo el Sol y comen a no más de doscientos metros de las montañas, para poder arrancar al primer ruido extraño. Yo los esperaba, los laceaba, los enredaba en el bosque y se acabó el problema. Nunca me hirieron.

“Gringos” y “austriacos”


En ese tiempo había en la isla muchos “gringos” y ”austriacos”, que casi no consideraban a los chilenos. Nos miraban solo como hombres de trabajo, nada más, sin darnos ninguna garantía. ¡Pobre del que fallara a su trabajo! Al otro día se daban las cuentas y se acabó. Los “austriacos”, eso si, se destacaban mucho en la esquila. Austriacos les decíamos a los yugoslavos y gringos a los ingleses. Nosotros, los chilenos, siempre estuvimos marginados de ellos... ahí no más... a un ladito.


Artículo aparecido en el Número 8 de la Revista “Impactos”, en Mayo de 1990.
Recopilación hecha por Carlos Vega Delgado


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