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ANÉCDOTAS DEL SAG

El Servicio Agrícola y Ganadero es la institución encargada de fiscalizar las normas sanitarias en la industria Agrícola – Ganadera, así como el cumplimiento de las leyes pertinentes en el ámbito rural. En este trabajo, los funcionarios deben estar en permanente contacto con los gauchos y campesinos en general, con los cuales la mayor parte de las veces se tejen fuertes lazos de amistad y camaradería. Estas anécdotas relatadas por un anónimo y criollo funcionario nos dan una idea de la relación que se produce entre los inspectores sanitarios, los rudos hombres del campo y la geografía agreste de la Patagonia sur.

El técnico en electrónica

Varios fueron los viajes a la Península Antonio Varas, de gracia y desgracias, vividas por algunos protagonistas que salieron con los mejores deseos y esperanzas de realizar magna travesía durante tres días dependiendo de las condiciones del tiempo y de sus cabalgaduras, y de cumplir con ritos de iniciación y otros menesteres, además obviamente, de realizar el trabajo encomendado.
En los primeros viajes, donde salían tres funcionarios, los dos que viajaban en el asiento delantero cobraban viáticos y no así el del asiento trasero. El responsable de dicha orden viajaba por cosas del destino y bajo un complejo sistema aleatorio, de copiloto en esta salida.
En una oportunidad viajó hacia la península a la estancia más lejana, en la que por aquellos tiempos y lugares recién llegaba la señal de televisión, siendo esta situación caldo de cultivo para que nuestro protagonista estelar al ver que no se veía con claridad la pantalla diera rienda suelta a una basta y extensa gama de conocimientos respecto de las causas de la mala recepción de señal. Obviamente y como era de esperarse tomó cartas en el asunto y le dice al dueño de casa: "se ve mal, eso es la antena", entonces con una destreza sin igual y apelando a una motricidad fina nunca antes vista en esos lugares toma la antena y al intentar dejarla en la posición óptima la quiebra. Solo imagí­nense la cara del dueño de casa frente a la encogida de hombros de nuestra estrella, el que además se deshacía en disculpas y ofrecimientos que todaví­a hoy espera sentado el dueño del televisor.
Al dí­a siguiente nuestro héroe solicita viajar al Área de donde se sacaban los baguales, que dicho sea de paso eran extensas zonas de turbas. El sólo deseaba ser partí­cipe de la captura de esos portentos salvajes criados por la naturaleza. En estos húmedos lugares nuestro intrépido amigo se forjó como flor de jinete, cabalgando sobre y debajo de su paciente y siempre fiel corcel, por favor, intuitivo lector, recalque la palabra debajo. Algunos compañeros mencionaron, con el ánimo de avalar el excelente desempeño de nuestro gaucho, que el cuadrúpedo tení­a joroba, otros que al caballo le faltaba una pata, todo esto a la luz de la siempre cálida, abrasadora y humilde fogata y en la compañía de las mágicas y trepadoras de árboles medias del susodicho que aparecieron hasta el día siguiente.
Ante tales hechos y viendo consolidada su experiencia en tales campos de batalla, nuestro audaz jinete pidió solo quedarse en el rancho como Kuky y nunca pero nunca más ir a la península.

Un sillón muy cómodo

Pasaron los años, y arriba a este redil un nuevo funcionario, que de premio obtiene un viaje al paraíso terrenal que es la Península Antonio Varas. Y como todo buen lí­der y estratega que se precie de tal, la primera y más importante labor a realizar es el reparador y nunca bien comprendido, descanso del guerrero. Pues bien, a poco andar por el preciado camino del sueño, nuestro nuevo protagonista despierta un poco envenado y por que no decirlo levemente atemorizado a las 3 ó 4 de la mañana debido al constante y ruidoso trabajo de correas por un lado, y por el otro, pensando en el hecho de que había alcanzado a divisar fugazmente durante el día que su recién asignado compañero portaba en su cinto un pequeño y siempre útil, para estas travesías, revolver 22. Esto maceró en la mente de nuestro astuto y siempre seguro city gaucho el más temible y terrible episodio del "Viejo" Oeste, en que su incondicional nueva yunta ajustaba cuentas con el cuerdo hombre de las correas, llenando de plomo su ya golpeado cuerpo, producto de la paliza recibida a puño limpio por parte de su compañero como primera y estéril medida de convencimiento. Luego de desechar dichos perturbadores pensamientos y lograr conciliar de alguna manera el sueño se preparó para la nueva jornada que lo aguardaba.
Muy temprano en la mañana como a eso de las 10 a.m. cuando el cara de gallo quemaba de lo lindo emprendimos el recorrido salieron desde Estancia Mercedes en dirección a la Estancia San Luís, trayecto que recorrieron sin sobresaltos. Al salir de este último lugar y ya habiendo avanzado un buen trecho, sorpresivamente se escucha un desgarrador grito: "sálvame Augusto", nuestro distinguido jinete estaba hasta los hijares en el mazacote junto al mar. Luego de un arriesgado pero valeroso rescate nuestro casi mártir protagonista se encontraba mojado, cansado y con frío en el puesto Rosario, sentado sobre una extraña pero cómoda almohada en el sofá. Ante dicha situación el puestero le dice, "oiga amigo ¿está cómodo?, a lo que éste responde, "si gracias", entonces el puestero le dice, "esta sentado sobre la masa del pan". Este con sorpresa y exponiendo las correspondientes excusas se corre creyendo que la habí­a hecho de oro al acomodarse más allá, a lo que el puestero le dice," ahora tiene el codo sobre la masa del pan amigo

El Gaucho de las botas naranjas


Después de una histórica jornada de copas, nuestro fanático musical protagonista iniciaba jornada desde Natales a Estancia Mercedes con la consiguiente lucha que significaba resistir el inexistente viento y el equilibrio sobre su flamante reumón. Su "discreto" compañero de la noche anterior y yunta de travesía le recomendó sacar todas sus cosas para hacerle un solo capero antes de emprender viaje. Como pudo, ya que se encontraba hepáticamente herido, sacó todos sus utensilios de sobrevivencia. Su mancorna comenzó a desplegar toda su curtida sapiencia en el arte del embalaje de pilchas y otros en el "inmaculado" manto destinado para estos menesteres.
Una vez armado el entramado envoltorio, el héroe de esta historia le menciona a su compañero con dificultad, como ya dijimos se encontraba baleado pero jamás mortalmente, que se le habían quedado afuera las botas 0 millas, de paquete. Solución, amarrarlas donde se pudiera, lugar elegido, la terminación del capero una a cada lado.
Podrán imaginarse amigos que espectáculo ofrecía nuestro rudo y aguerrido gaucho al cabalgar por las estepas y bosques milenarios cuyas botitas naranjas se movían como orejitas de perro.
Pero esto no es todo, este reconocido gaucho con su lento andar y por misteriosos motivos que solo él conoce se desvió del camino trazando su propio sendero, quizás queriendo encontrar su destino a través de las pampas, turbales, bosques y montañas. Pero de un momento a otro salió del trance en el que estaba inmerso y no lo quiso hacer más y comenzó a gritar por ayuda, pero el agobiante y enmudecedor viento patagónico ahogaban sus estériles gritos de auxilio y hasta sólo después de más o menos una hora su incondicional y preocupado compañero logró encontrarlo con su corcel empantanado hasta las orejas. Luego de rescatar a su desgastado matungo y de acumular la sed del caballo y la de él y apagarla, esta vez sólo con la reconocida y peligrosa bebida conocida como agua, se dispusieron a acampar en el primer rancho de casqueros disfrutando de una agradable noche al aire libre gracias al gaucho de las botitas naranjas.

Reconociendo los cojos y embarrados errores

Pasa el tiempo y con éste, nuevos aires, nuevas etapas, nuevas historias nuevas aventuras, nuevos protagonistas. Recapitulando, una nueva anécdota, me explico ?.
Es una nueva salida a la Península Antonio Varas para realizar la ya conocida dosificación de los ladradores e inagotables compañeros de largas jornadas de los camperos.
Nuestro ya reconocido y convincente protagonista junto a su yunta llegan a la Estancia San Miguel a orillas de playa con camas y petacas, se bajan de sus pingos, sacuden y arreglan sus westerinos sombreros, beben las últimas gotas del vital elemento de sus cantimploras, secan sus ajadas bocas producto del incesante viento y recorren el área desenfundando la vista, buscando el objeto de su misión, los tumberos. El gaucho en cuestión toma la decisión de cuantificar la jauría y se aproxima hacia ellos caminando seguro, sacando chispas con sus destellantes espuelas al golpear las piedras de la playa y blandiendo como un verdadero samurai lo hace con su espada, su rebenque. Los perros lo notan, ladran incesantemente como intuyendo las incómodas intenciones que los afectarán, resuena el suelo, nuestro héroe se acerca convencido de su cometido, pero en un movimiento no calculado por nuestro gaucho este se tuerce el pie y se escucha el lastimero y gutural grito y posterior eco resonante en el Cerro Pascua: "ay, ayayay, ay". No quedando otra solución toma la decisión de automedicarse, esto sin receta retenida, pero estupefacto recuerda que sólo posee dosis para arecolina. Ante esto recurre a la sabiduría traspasada por la tradición de los viejos chamanes elaborando una compleja cataplasma compuesta entre otros ingredientes por pelillo, guiro, lamilla, romaza, vómito de lobo marino y una ameba que se encontraba tirada sobre las piedras. Tras este despliegue de conocimiento ancestral y al ver que no causó efecto alguno la cataplasma continuó la marcha sobre su cadencioso matungo.
Como si una cómplice nube gris lo siguiera y labrara su existencia, se dirigió junto a su comprensivo compañero desde la Estancia Ana María a la Estancia Margot para trabajar en lo suyo. Su escudero tomó la decisión de adelantarse no sin antes darle la instrucción de que se fuera por la orilla de la playa, dicho esto se alejó. Pero nuestro osado jinete aplicando el curso de explorador decidió cortar camino entre bosquetes y matorrales cayendo con caballo y pilchas en medio de un pozo con el correspondiente tratamiento de barro terapia. A los pocos minutos apareció nuestro mí­tico gaucho con su caballo cabresto mojado y embarrado hasta las quijadas y su yunta al preguntarle que le sucedió éste contestó: "me equivoqué de camino" a lo que su compañero retrucó al verlo: "así parece".

Por culpa de unos mates amargos

Un dí­a de madrugada antes de emprender viaje desde la Estancia Río Primero en Seno Obstrucción, junto al fogón se encontraba un grupo de esforzados campañistas disfrutando de uno de sus placeres terrenales como es el mate amargo. Estos al ver a la dupla de oro ofrecieron compartir unos "apuraditos" como es conocido este buen vicio patagónico, ofrecido a aquellos que están a escasos momentos de iniciar la jornada. Sin dudarlo nuestro gaucho de las montañas ansioso de probar por primera vez esta novedad accedió junto a su compañero gustoso ante tal noble y acostumbrada invitación.
Terminado el ritual del mate se subieron a sus respectivos equinos y comenzaron a rumbear hacia su destino, pero a poco andar y producto del movimiento de su cabalgadura el tabacalero gaucho sintió como su organismo traicionaba a su desesperada voluntad, y como alma que lleva el Diablo y más rápido que su propio pensamiento pegó un rogativo grito a su partner de campaña para que se detuvieran y poder bajarse de su pingo porque ya no podía contener el alud que desenfrenadamente se vení­a con todo. Cuentan algunos zorros habladores que pensaron que se trataba de ejercicios de tipo aéreo y militar por la propulsión a chorro junto a las llamaradas que lograron apreciar y a las tronaduras. Era bajar y subir cuantas veces se imaginen del ya nervioso caballo que miraba con recelo y que rogaba para que su jinete no equivocara el constante procedimiento.
Pobre pasto, hasta el día de hoy aún no crece.

No es lo mismo


Desde las pampas y estepas fueguinas, llegó hasta estas tierras un huaso bien plantado, con el sombrero de ala más ancha que se recuerde, casi confundiéndose con un cóndor posado con las alas abiertas sobre la cabeza de este jinete.
De pierneras cortas y espuelas de pihuelo largo, cuya rodaja tintineaba y era escuchada hasta en los más profundos y recónditos espacios de la Península Antonio Varas, cabalgaba sobre su corcel alazán de patas blancas como la nieve de las altas cumbres y sonreí­a seguro de sí­, como si esta tierra lo hubiera estado esperando para rendirle tributo.
Llegando al punto de inicio en la ruta normal, nuestro protagonista junto a su acompañante deciden tomar un atajo a través de una picada larga y escabrosa, pero superada siempre por los audaces y valientes jinetes de estas latitudes. Al andar fueron descubriendo que la huella se hacía cada vez más dificultosa debido al fango, producto de la implacable lluvia que habí­a caído el día anterior. Este fue el escenario dispuesto por la naturaleza para probar el temple de nuestro personaje.
Pero la lucha fue desigual, fue vencido junto a su ya exhausto y embarrado matungo de oreja a tuza por la natura. Ante esto intentó reincorporar a su parejero, palanqueándolo de cuello a anca hasta ponerlo en suelo firme y seguir cabresteando con la penca en la mano y con silla al hombro para proseguir la empresa iniciada. Por suerte no se vio ningún topero al cual correr. A esta altura ya el sombrero, pierneras y centellantes espuelas molestaban y se encontraban dentro de las alforjas, más amuñadas que hoja de lenga en otoño ¡fuera el glamour!.
Pero esta historia no termina sin mencionar que su acompañante casi podí­a tocar el alivio de nuestro ahora gaucho, al ver este último que ya en el horizonte podía divisar la cercanía del mar a través de la picada.

Por las ramas


Este viaje iba desde Estancia Mercedes a Estancia Fernanda por el camino de Cerro Pascua.
Nuestro intelectual gaucho con lentes foto cromáticos cabalgaba sobre su tapado negro, oscuro como la noche, haciendo gala de una destreza sin par sobre su cabalgadura sólo comparable a la de los jinetes mongoles.
Ensimismado en las labores a realizar no se percata que su reumón salta un riachuelo a cuya orilla se encontraba un árbol con una rama saliente, cuerpo a tierra, golpeando su noble cuerpo. Así herido y todo y sentado de lado sobre su silla continuó viaje hasta Estancia Rosario. Después de haber lavado sus heridas y comer alguno que otro pequeño trozo de carne, haciendo la salvedad que no se golpeó la boca, ensilló su caballo, sacó fuerzas de flaqueza y montó su pingo, en ese momento se desliza su bolso desde el anca del caballo y el desconfiado animal se encabrita y una vez más, cuerpo a tierra, por lo que se para, se sacude, mira alrededor y decide hidalgamente continuar a pie hasta la embarcación que los llevaría de vuelta a Puerto Natales.
En adelante, en sus posteriores salidas, cada vez que se encontraba con una rama, para pasar las cortaba con las costillas y siempre acompañado de una licencia medica en uno de sus bolsillos.
Hoy en dí­a nuestro jinete mira la península desde la ventana de su oficina.




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